Windows 11 se tambalea: la crisis de confianza abre una ventana histórica para Linux y refuerza a Apple

Lo que durante años fue casi un chiste recurrente entre informáticos hoy se ha convertido en un problema muy serio: Windows 11 no transmite confianza. Microsoft ha tenido que reconocer que, tras determinadas actualizaciones, casi todas las funciones clave del sistema operativo pueden fallar: menú de inicio, barra de tareas, Explorador de archivos, buscador y la propia app de Configuración. Justo aquello que cualquier usuario da por sentado cuando enciende un ordenador.

Que un sistema tan implantado dependa de comandos avanzados de PowerShell para volver a arrancar con normalidad no es solo una anécdota técnica. Es una señal clara de fatiga: un producto que debería ser sinónimo de estabilidad parece cada vez más condicionado por decisiones de estrategia corporativa —IA, nube, publicidad integrada— que por la experiencia real de quien se sienta frente a la pantalla.

En paralelo, algo se mueve alrededor. Cada tropiezo serio de Windows 11 se traduce en miradas de reojo hacia otros dos actores que llevan años esperando su oportunidad en el escritorio: Linux, que ha madurado silenciosa y constantemente, y Apple, que refuerza su imagen de entorno estable y “que simplemente funciona”.


Cuando falla lo elemental: el escritorio se convierte en un acto de fe

La última polémica nace de una cadena de actualizaciones lanzadas a partir de julio de 2025. Tras instalar estos parches, Microsoft admite que se pueden producir fallos en los componentes basados en XAML, la tecnología de interfaz sobre la que se apoyan buena parte de los elementos visuales de Windows 11.

El resultado es un rosario de síntomas que describe bien el nivel de gravedad:

  • Escritorios que cargan sin barra de tareas.
  • Menús de inicio que no se abren.
  • Explorador de archivos que se cierra sin aviso.
  • Configuración que jamás llega a mostrar su ventana.
  • Vistas gráficas que simplemente no se inicializan.

El sistema arranca, pero el usuario se queda mirando un escritorio a medias, sin las herramientas básicas para trabajar. Y todo esto en versiones recientes, que deberían representar la madurez de Windows 11, no su etapa experimental.

La situación es aún más delicada en empresas y escritórios virtuales (VDI), donde las sesiones se crean y destruyen constantemente. En esos entornos, cualquier problema en el arranque del Shell se multiplica por cientos o miles de usuarios al mismo tiempo. Lo que para un particular es una tarde perdida, para una organización puede convertirse en una caída de productividad en cadena.


Microsoft mira a la IA, los usuarios miran al botón de inicio

En paralelo a estos problemas, el discurso público de la compañía se ha ido llenando de nuevas palabras: sistema operativo “agéntico”, agentes de IA que automatizan tareas, integración profunda con la nube, experiencias inteligentes…

Nada de eso es negativo por sí mismo. La Inteligencia Artificial aplicada al escritorio puede ser realmente útil. El problema es la sensación que queda: mientras Microsoft habla de un futuro lleno de asistentes inteligentes, muchos usuarios se ven obligados a recurrir a scripts y trucos para lograr que algo tan básico como el menú de inicio funcione de forma coherente.

Una parte de la comunidad tecnológica resume la situación con crudeza: Windows parece evolucionar al ritmo del PowerPoint corporativo, no al de las necesidades concretas de quien abre su portátil para trabajar. Y cuando la confianza se resquebraja, las alternativas dejan de ser una rareza y empiezan a verse como una salida razonable.


Linux: la oportunidad que lleva años llamando a la puerta

Cada crisis de Windows ha generado históricamente titulares del tipo “ahora sí, este será el año de Linux en el escritorio”. Muchas veces fue un deseo más que una realidad. Pero la foto de 2025 es distinta a la de hace una década.

Hoy, Linux es algo muy diferente a ese entorno áspero reservado a perfiles técnicos:

  • Escritorios maduros y pulidos como KDE Plasma o GNOME ofrecen una experiencia visual moderna, coherente y personalizable, sin la sensación de collage que muchos usuarios perciben en Windows 11.
  • Distribuciones amigables como Ubuntu, Fedora Workstation, Linux Mint o Pop!_OS facilitan instalaciones guiadas, controladores integrados y centros de software que permiten instalar aplicaciones con un clic.
  • El gaming ya no es territorio prohibido: el trabajo de Valve con Steam y Proton ha permitido que muchos títulos de Windows funcionen sorprendentemente bien en Linux, a veces incluso mejor que en el propio sistema de Microsoft, algo impensable años atrás.
  • En entornos profesionales, Linux es ya la norma en servidores, contenedores, nube, supercomputación y desarrolladores. Falta dar el salto de “máquina secundaria” a equipo principal en más escritorios corporativos.

La combinación de un Windows 11 percibido como inestable y un Linux más pulido, con mejor soporte de hardware y un ecosistema de aplicaciones web cada vez más potente, abre una ventana real para que empresas y usuarios avanzados se planteen migraciones graduales.

No se trata de imaginar una fuga masiva de la noche a la mañana, pero sí de reconocer que cada vez que un departamento de TI tiene que desplegar scripts para que Windows “deje de romperse”, la opción de montar escritorios ligeros Linux conectados a servicios en la nube deja de parecer exótica.


Apple, el beneficiado silencioso

A la espalda de todo este ruido, Apple observa la escena desde una posición cómoda. macOS no está exento de fallos ni de decisiones polémicas, pero proyecta —con razón o sin ella— una imagen muy distinta: la de un entorno relativamente predecible, donde la probabilidad de que el sistema se venga abajo tras una actualización crítica es menor.

Mientras Windows 11 lidia con problemas en funciones básicas, Apple lleva años reforzando un mensaje simple:

  • Hardware y software integrados, con los chips de la serie M ofreciendo buen rendimiento y eficiencia energética.
  • Actualizaciones frecuentes pero controladas, donde el usuario medio no espera encontrarse con un escritorio inutilizable tras cada parche.
  • Un ecosistema consolidado en segmentos clave: creatividad, desarrollo, movilidad y entornos donde se valora la estabilidad por encima de todo.

Cada vez que un profesional harto de pelearse con Windows decide que su próximo equipo será un Mac “para trabajar y olvidarse”, Apple suma un punto en un silencioso juego de desgaste. La suma de pequeñas decepciones cotidianas en Windows 11 se traduce, con el tiempo, en cambios de plataforma que rara vez tienen marcha atrás.


Un mercado que ya no está cautivo

Durante años, Microsoft jugó con la ventaja de tener un mercado cautivo: si se quería compatibilidad con casi todo, había que estar en Windows. Hoy, esa realidad se ha difuminado.

  • Muchas aplicaciones se han desplazado al navegador.
  • Herramientas esenciales tienen versión multiplataforma.
  • El trabajo remoto y la nube han reducido la dependencia del sistema operativo local.

En ese contexto, un Windows 11 percibido como fallón deja de ser “lo inevitable” y se convierte en “una opción más”. Y cuando el mercado deja de ser cautivo, la paciencia de los usuarios también cambia: si lo básico no funciona, ya no hay un único refugio. Linux está más preparado que nunca para ocupar huecos estratégicos, y Apple recoge a quienes quieren olvidarse de sorpresas aunque suponga pagar más.

La gran incógnita es cómo responderá Microsoft. Puede seguir empujando su visión de un Windows volcado en la IA y los servicios, confiando en que la inercia del mercado le proteja. O puede hacer autocrítica y volver a priorizar lo que hizo grande al sistema operativo: que encender el ordenador y ponerse a trabajar no sea una aventura, sino un gesto aburridamente fiable.

Mientras tanto, Linux y Apple observan la grieta que se abre y toman nota. Porque en tecnología, las ventanas de oportunidad no se anuncian: se aprovechan.

Fuente: Windows 11 está roto

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