A muchas personas les ocurre cada invierno lo mismo: el termostato marca 22 o incluso 24 grados, la factura de la luz o del gas se dispara… y, aun así, en casa se sigue teniendo frío. Se pone una manta más, se sube otro grado la calefacción, pero la sensación térmica sigue siendo de incomodidad. ¿Es culpa de la caldera, de la instalación, de la casa o del propio cuerpo?
Detrás de este fenómeno tan cotidiano no hay magia, sino física, construcción y, en algunos casos, salud. Y la buena noticia es que, en la mayoría de situaciones, tiene solución sin necesidad de vivir permanentemente con el termostato al máximo.
No es solo la temperatura del aire: el truco está en cómo se pierde el calor
El primer malentendido frecuente es pensar que “tener 22 ºC” en casa garantiza estar cómodo. El confort térmico, sin embargo, no depende solo de la temperatura del aire, sino de varios factores combinados:
- La temperatura de las superficies (paredes, ventanas, suelo, techo).
- Las corrientes de aire o infiltraciones.
- La humedad relativa.
- La ropa que se lleva y el metabolismo de cada persona.
Por eso puede ocurrir algo muy habitual: el termostato indica 22 ºC, pero las paredes están frías, las ventanas mal aisladas y el suelo helado. El cuerpo “nota” esas superficies frías y se produce una sensación clara de incómodo frío, sobre todo en pies y manos, aunque el aire no esté especialmente frío.
En términos técnicos, lo que realmente importa es la temperatura operativa, una media entre la temperatura del aire y la de las superficies que rodean a la persona. Si las paredes y ventanas están muy frías, la temperatura operativa baja y el cuerpo reacciona como si hiciera menos temperatura de la que marca el termómetro.
Viviendas mal aisladas: cuando la calefacción calienta la calle
En buena parte del parque de viviendas, especialmente en edificios antiguos, el aislamiento es insuficiente o directamente inexistente. Esto se traduce en:
- Pérdidas de calor por ventanas antiguas con un solo vidrio o marcos de aluminio sin rotura de puente térmico.
- Paredes sin aislamiento o con puentes térmicos que enfrían zonas concretas (esquinas, cajas de persianas, pilares).
- Filtraciones de aire por rendijas en puertas, cajas de persianas o huecos mal sellados.
El resultado es el clásico “subes la calefacción, pero sigues teniendo frío”: el sistema de calefacción trabaja sin parar, pero buena parte de ese calor se escapa al exterior. En algunos casos, el aire junto al radiador está caliente, pero basta con alejarse un par de metros o sentarse junto a una ventana para volver a sentir frío.
Aquí el problema no es la potencia de la caldera, sino la vivienda en sí. Sin aislamiento, cualquier equipo, por potente que sea, lucha contra un cubo lleno de agujeros.
Distribución desigual del calor: estancias calientes y rincones helados
Incluso en casas relativamente bien aisladas, la distribución del calor puede ser deficiente:
- Radiadores mal dimensionados para la estancia.
- Habitaciones sin suficiente emisión de calor.
- Termostatos mal ubicados (por ejemplo, al lado de una fuente de calor o en zonas con corrientes).
- Suelo muy frío que roba calor al cuerpo, aunque el aire esté templado.
- Estratificación del aire: el calor se acumula en el techo y los pies siguen fríos.
En viviendas con calefacción central o comunitaria, es frecuente que el termostato “piense” que ya se ha alcanzado la temperatura adecuada en un punto concreto, mientras en otras habitaciones sigue haciendo frío. El sistema se apaga… y quien está en el salón o en el dormitorio se queda tirando de manta.
El cuerpo también tiene mucho que decir
No todas las personas perciben el frío de la misma forma. Hay factores fisiológicos que explican por qué alguien tiene frío incluso cuando otros dicen estar bien:
- Edad avanzada, menor masa muscular o peso muy bajo.
- Problemas circulatorios o tensión baja.
- Cansancio, mala alimentación o pocas horas de sueño.
- Determinados trastornos médicos, como el hipotiroidismo o la anemia.
- Estrés y ansiedad, que pueden alterar la percepción de la temperatura.
En estos casos, subir un par de grados la calefacción quizá mitigue la sensación un rato, pero no soluciona el origen del problema. Conviene no culpabilizarse (“mi casa está mal, mi calefacción no funciona”) y, si la sensación de frío es persistente y llamativa, valorar también una consulta médica.
Humedad, suelos fríos y otros “ladrones invisibles” de confort
La humedad relativa es otro factor clave. Un ambiente demasiado seco reseca las mucosas y puede empeorar la percepción de frío; uno excesivamente húmedo hace que el calor sea pegajoso y molesto. Un rango entre el 40 % y el 60 % suele ser el más confortable.
Otro ladrón habitual de bienestar son los suelos muy fríos, especialmente de baldosa o piedra. Aunque el aire esté a una temperatura razonable, caminar descalzo o con calcetines finos sobre una superficie helada hace que el cuerpo pierda calor por los pies y la sensación de frío se dispare. De ahí el efecto tan marcado cuando se colocan alfombras o se cambia el tipo de pavimento.
¿Tiene solución? Sí, pero no siempre consiste en subir el termostato
El problema de “subo la calefacción y sigo pasando frío” no se corrige a golpe de más kilovatios. Normalmente exige una combinación de ajustes en el uso de la calefacción, pequeñas mejoras en la vivienda y, cuando es posible, reformas de aislamiento.
Medidas rápidas y de bajo coste
Son las que pueden marcar una diferencia inmediata sin grandes obras:
- Sellar rendijas en ventanas, cajones de persianas y puertas con burletes y masillas.
- Colocar cortinas gruesas y, en la medida de lo posible, alfombras en las zonas más frías.
- Evitar que los radiadores estén tapados por muebles o cortinas que bloqueen la convección de aire caliente.
- Usar ventiladores de techo a baja velocidad en invierno para desestratificar el aire (bajar el aire caliente acumulado en el techo).
- Ajustar la humedad con humidificadores o recipientes con agua sobre radiadores en ambientes muy secos.
Ajustes en el sistema de calefacción
En instalaciones de radiadores y calderas de agua es esencial:
- Purgar los radiadores al inicio de la temporada para eliminar bolsas de aire.
- Comprobar la presión de la caldera y realizar un mantenimiento periódico.
- Reequilibrar la instalación para que todos los radiadores calienten de forma más uniforme.
- Revisar la ubicación del termostato y, si es posible, utilizar termostatos inteligentes con sondas en varias estancias.
En sistemas de bomba de calor, aprovechar modos de baja potencia y mantener una temperatura estable suele ser más eficiente que apagar y encender con grandes saltos de temperatura.
Mejoras de fondo: el aislamiento, el verdadero “superpoder”
A medio y largo plazo, la solución más eficaz casi siempre pasa por mejorar el comportamiento térmico del edificio:
- Cambiar a ventanas con doble o triple acristalamiento y marcos con rotura de puente térmico.
- Añadir aislamiento en fachadas, falsos techos o cámaras de aire.
- Corregir puentes térmicos en pilares, cajones de persianas y remates de fachada.
Aunque estas actuaciones tienen un coste, suelen traducirse en tres beneficios claros:
- Menor necesidad de subir la calefacción para sentirse cómodo.
- Reducción significativa de la factura energética.
- Mayor confort tanto en invierno como en verano.
Conclusión: más inteligencia y menos “más temperatura”
El hecho de subir la calefacción y seguir teniendo frío no es una rareza, sino un síntoma. Puede indicar una vivienda mal aislada, una distribución ineficiente del calor, un problema de humedad, una percepción personal del frío distinta o, sencillamente, una suma de todo lo anterior.
La respuesta más intuitiva —girar la rueda del termostato— suele ser la menos eficiente: dispara la factura sin garantizar confort. La alternativa pasa por entender qué está fallando, atajar las fugas de calor, mejorar el reparto de la calefacción y, cuando sea posible, reforzar el aislamiento.
En definitiva, no se trata solo de generar más calor, sino de conservarlo mejor y de crear un entorno más equilibrado. Cuando la casa deja de actuar como un colador térmico, ese gesto tan familiar de subir la calefacción deja de ser una reacción desesperada… y el frío, por fin, se queda fuera.
Preguntas frecuentes sobre “subir la calefacción y seguir teniendo frío”
¿Por qué tengo frío en casa si el termostato marca 22 ºC?
Porque el confort térmico no depende solo de la temperatura del aire. Si paredes, ventanas o suelo están muy fríos, la temperatura operativa baja y el cuerpo lo percibe como frío. Además, pueden existir corrientes de aire, mala distribución del calor o factores personales (edad, salud, metabolismo) que aumentan la sensación de frío.
¿Es mejor subir mucho la calefacción o mejorar el aislamiento de la vivienda?
A medio plazo, mejorar el aislamiento es casi siempre más eficaz y rentable. Subir la calefacción compensa temporalmente el frío, pero si la casa pierde calor con rapidez, el consumo se dispara. Un buen aislamiento reduce la necesidad de energía y mejora el confort tanto en invierno como en verano.
¿Qué cambios sencillos puedo hacer para notar menos frío sin gastar tanto en calefacción?
Sellar rendijas en ventanas y puertas, colocar cortinas gruesas y alfombras, purgar radiadores, evitar muebles pegados a los emisores, ajustar la humedad y usar ventiladores de techo a baja velocidad son medidas de bajo coste que pueden mejorar sensiblemente la sensación térmica.
¿Cuándo conviene revisar la instalación de calefacción por si hay un problema técnico?
Si algunos radiadores no calientan, la caldera se apaga con frecuencia, hay ruidos extraños en la instalación o la vivienda tarda mucho en alcanzar la temperatura deseada, es recomendable que un técnico revise el sistema. Un mantenimiento periódico ayuda a detectar fallos, optimizar el rendimiento y evitar averías en plena temporada de frío.
