En las próximas décadas, España necesitará miles de profesionales capaces de diseñar puentes, plantas de energía renovable, redes de comunicaciones, aplicaciones digitales y robots industriales. Sin embargo, justo cuando la tecnología es más importante que nunca, cada vez hay menos jóvenes que quieren ser ingenieros… y muchos de los que lo intentan se quedan por el camino.
Los datos del último informe del Instituto de Graduados en Ingeniería e Ingenieros Técnicos de España (INGITE) y del Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas son contundentes: en los últimos 20 años, las matriculaciones en carreras de Ingeniería han caído un 33 %. Y la mitad del alumnado que empieza estos estudios termina abandonándolos.
No es solo un problema universitario. Es un síntoma de algo más profundo: un país que dice querer más tecnología, más industria y más innovación… pero que no está consiguiendo que sus jóvenes se vean a sí mismos como protagonistas de ese futuro.
Menos estudiantes, más abandonos
Las cifras ayudan a entender la dimensión del problema:
- las matriculaciones en Ingeniería han bajado un 33 % desde el curso 2002-2003;
- hoy, el alumnado de estas carreras supone alrededor del 16,98 % de todos los estudiantes universitarios, apenas un poco más que en los años 80;
- la tasa real de abandono en estudios de Ingeniería ronda el 50 %, es decir, una de cada dos personas que empieza no termina;
- quienes logran acabar la carrera y aprobar todas las asignaturas representan apenas el 7,54 % del total de matriculados.
Dicho de forma sencilla: entran menos jóvenes en las carreras técnicas, muchos se quedan en el camino y solo una pequeña parte llega al final.
A esto se suma otro dato que desconcierta a familias y empresas: el 53 % de los grados en Ingeniería no otorgan atribuciones profesionales, es decir, no habilitan directamente para ejercer la profesión regulada de ingeniero o ingeniera. Hay más títulos, más nombres, más especialidades… pero no siempre se traducen en la capacidad legal para firmar proyectos o asumir ciertas responsabilidades. Y eso genera confusión.
¿Por qué importa tanto que falten ingenieros?
Podría parecer un asunto que solo afecta a quienes trabajan en la universidad o en los colegios profesionales, pero la realidad es otra: sin suficientes ingenieros, España es menos capaz de construir el futuro que dice desear.
Algunos ejemplos:
- Transición energética: parques solares y eólicos, redes inteligentes, almacenamiento de energía, puntos de recarga para vehículos eléctricos… Todo eso requiere ingenieros de energía, industriales, eléctricos, de caminos.
- Digitalización: centros de datos, redes de fibra y 5G, plataformas en la nube, ciberseguridad, servicios de administración electrónica. Detrás hay ingenieros informáticos, de telecomunicación, de software, de sistemas.
- Infraestructuras y ciudad: carreteras, puentes, depuradoras, redes de transporte público, ciudades más resilientes frente a inundaciones o sequías. Aquí entran ingenieros civiles, de obras públicas, ambientales.
- Industria y automatización: fábricas con robots, líneas de producción automatizadas, logística inteligente, mantenimiento predictivo… Terreno típico de ingenieros industriales, mecánicos, electrónicos.
Cuando no hay suficientes profesionales formados, las empresas tienen más dificultades para encontrar talento, los proyectos se retrasan, se encarecen o directamente se quedan en el cajón. Y el país depende más de tecnología y servicios diseñados fuera.
En otras palabras: una economía con pocos ingenieros es una economía que innova menos, automatiza menos y compite peor.
Un sistema que no acompaña lo que luego se exige
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Los propios expertos señalan que no basta con decir “es que la ingeniería es muy difícil”. Hay varios factores que se acumulan.
1. Orientación que llega tarde
Muchos jóvenes solo oyen hablar “en serio” de Ingeniería en 2.º de Bachillerato, cuando ya están angustiados por la EBAU, la nota de corte y el miedo a equivocarse.
Sin embargo, las investigaciones sobre vocación dicen otra cosa: el interés (o el rechazo) por las ciencias y la tecnología se forma desde Primaria y se consolida en la ESO. Si hasta los 16-17 años casi no han tenido contacto con proyectos tecnológicos, talleres, visitas a empresas o referentes cercanos, es lógico que lleguen a esa edad sin imaginarse trabajando como ingenieros.
2. Una universidad que no explica el “para qué”
Muchas escuelas de Ingeniería siguen funcionando con un modelo que suena a otra época: los primeros cursos son casi todo teoría, con asignaturas muy abstractas (matemáticas, física, fundamentos de programación) y poca conexión clara con problemas reales.
Para quien llega con dudas, el mensaje es: mucho esfuerzo ahora, ya verás para qué sirve dentro de cuatro años. Y no todo el mundo aguanta esa apuesta a largo plazo.
Cada vez más voces dentro del propio sistema universitario piden dar la vuelta a este enfoque:
- introducir proyectos reales desde 1.º de carrera;
- trabajar con retos propuestos por empresas y administraciones;
- fomentar el prototipado, el trabajo en equipo, la investigación aplicada;
- conectar lo que se aprende en clase con cosas que el alumnado pueda ver y tocar.
Cuando entienden para qué sirve lo que estudian, muchos estudiantes aguantan mejor el esfuerzo.
3. Menos exigencia antes, más dificultad después
Otro elemento delicado es el nivel de exigencia en etapas anteriores. Las ingenierías son carreras duras: requieren muchas horas, concentración, tolerancia a la frustración y capacidad de ir paso a paso.
Si, en Primaria, ESO y Bachillerato, se reduce la carga en matemáticas, física o tecnología, se flexibiliza la evaluación y se rebaja el esfuerzo sostenido, el salto a primero de carrera se convierte en un muro. Muchos jóvenes se encuentran, de repente, con una forma de estudiar para la que nadie les ha preparado.
No se trata de “apretar por apretar”, sino de algo más simple: si quieres que alguien elija una carrera difícil, antes tienes que entrenar su capacidad de esfuerzo y su confianza para afrontarla.
4. Un relato que asusta más que inspira
Y, por encima de todo, está el relato social. Cuando se habla de Ingeniería, lo que más se repite es:
- “son carreras muy difíciles”;
- “no tienes vida”;
- “mejor elige algo más fácil que también tiene salidas”.
En cambio, casi nunca se escucha:
- “son carreras estratégicas para el país”;
- “gracias a estas profesiones tenemos luz, internet, agua potable, transporte, hospitales equipados, energías renovables”;
- “sin ingenieros no hay soberanía tecnológica ni transición energética”.
Ese relato pesa. Si a un joven se le repite durante años que una carrera es sufrimiento puro, es normal que la descarte, por muy buenas salidas que tenga.
Qué se podría hacer (de verdad) para cambiar la tendencia
El problema es complejo, pero no falta consenso en algunas líneas de actuación:
- Trabajar la vocación desde pequeños
Llevar talleres, proyectos y referentes de Ingeniería a Primaria y ESO, no como una actividad puntual un día al año, sino de forma continuada. Que niños y niñas vean qué hace realmente una persona ingeniera, más allá de los tópicos. - Conectar la universidad con la vida real
Reformar los primeros cursos para que haya proyectos desde el inicio, relación con empresas, problemas concretos que resolver. No basta con cambiar el plan de estudios en el papel: hay que cambiar la experiencia del estudiante. - Volver a tomarse en serio el esfuerzo en la escuela
Recuperar profundidad en las asignaturas de ciencias, reforzar hábitos de estudio y no huir de la dificultad. No para seleccionar “a los mejores”, sino para que más estudiantes lleguen a la universidad con herramientas suficientes. - Cambiar el mensaje social sobre la Ingeniería
De “esto es muy duro” a “esto es clave para que el país avance”. Mostrar historias de personas que, gracias a su formación en ingeniería, están trabajando en temas tan distintos como energías renovables, videojuegos, satélites, transporte público o inteligencia artificial.
España se juega en esta cuestión algo más que llenar aulas: se juega su capacidad para decidir su futuro tecnológico, energético e industrial.
Si el país quiere de verdad más innovación, más digitalización y más industria, tarde o temprano tendrá que afrontar una pregunta incómoda:
¿quién va a diseñar y mantener todo eso, si cada vez hay menos jóvenes que quieren —y pueden— ser ingenieros?
Fuente: Ingite y Revista cloud
